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Con boca seca cargué mi cruz en el camino del suplicio.
Vagaba erguido, con suspiro desmayado.
Una voz que escapaba de mi garganta.
Tu hablar podía derrumbar mi temple pseudo-sereno.
Me era conveniente evadirte, debías ignorar mi fatal condición.
Tanta necesidad de bocado,
suscitaba que de mi hocico se derramaran mares de saliva.
Ávido hasta los huesos, en un páramo del hades.
Si bien innumerables veces te dí la espalda, para luego asecharte de reojo.
Ignoraba tus palabras, pese a que cada tarde recordaba tu amable voz.
Te mostraba desprecio, pues temía el tuyo.
En mi sustancia te arrebato encubiertamente,
para saciar mi hambre de piel.
—Tomás G. Michel